Hay que hacerse a la idea: Un lugar abierto, con la única iluminación de bengalas y petardos que explotan, (porque esa es su naturaleza), todo el mundo moviéndose muy deprisa, una legión de demonios que se dedican a incordiarte todo lo que pueden... El paraíso del fotógrafo no es, pero divertido lo es un rato y salí casi sin quemaduras ni lesiones de importancia. ¿Qué mas se puede pedir?
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